Columna: ¿Qué es vanguardia? – Parte 1: Primer Mundo

En términos generales, vanguardia –del francés avant-garde– es una palabra que se usa en arte y política para significar la innovación, la experimentación o el cambio revolucionario. En los casos menos idealistas –en los que no se juega algo así como una "refundación"–, se trata de una búsqueda que se juega en un permanente ciclo de construcción/destrucción, como ocurre, por ejemplo, en los casos del dadaísmo o del situacionismo. Pues bien, en términos así planteados, ¿cómo se puede pensar la vanguardia en la música hoy?

Cuando escuchamos el término avant-garde aplicado como adjetivo a alguna pieza o canción, lo primero que se nos viene a la cabeza es algún sonido alocado, disonante, ruidoso, inconexo, que probablemente sea producido por métodos extraños a los empleados en lo que normalmente se entiende como música. Pero ante todo, uno espera algo novedoso, una alternativa sónica, semántica y existencial al status quo, a las convenciones binarias vigentes de lo que es bueno o malo, bello o feo, verdadero o falso, etc. Pero no basta con decir que la novedad es la clave para entender lo que es vanguardista. Por ejemplo, el ruido como música fue descubierto décadas antes que las boy bands, lo que no implica que los New Kids on the Block sean más vanguardistas que Luigi Russolo. La vanguardia no es mera novedad, sino más bien una novedad signada por el rupturismo. Se trata de una actitud estético-política contra la normalización, y en este sentido implica rebeldía y transgresión, desobediencia y disidencia, interrupción del anquilosamiento fáctico y apertura de posibilidades. Vía critica, emancipación del caos. Una música sin pasado, pero también sin futuro: una música emancipada del dispositivo museológico de la historia espectacularizada.

A continuación sugiero una pequeña lista con algunos hitos vanguardistas que, de acuerdo a lo señalado más arriba, no sólo son tales por su carácter en cada caso novedoso, sino sobre todo por su nivel de transgresión y liberación respecto de normas e interdictos:

John Cage y la música del azar: Este famoso compositor norteamericano introdujo la posibilidad del azar, de lo incontrolable, y sobre todo, la liberación del método tradicional de hacer música de cámara. Ante el desprecio de Schoenberg, de quien era alumno y que consideraba que el norteamericano carecía de oído melódico, Cage responde que si se trata de un muro que le impedirá hacer música, él azotaría su cabeza contra ese muro y haría música con eso. Pues bien, especialmente en sus primeros años, Cage desafió los interdictos de la música de cámara y logró reformular la música como una posibilidad abierta, donde todo sonido es bienvenido.

Free jazz: Cuando Charles Mingus comenzó abrir el abanico tonal del jazz, no sólo estaba consiguiendo un nuevo sonido, sino que, de algún modo, esa transgresión simbolizaba la liberación, la rebelión del afroamericano frente a la dominación blanca. En este sentido, la novedad no era sólo la introducción de influencias de la música docta contemporánea a la tradición afroamericana, sino también la necesidad de caos, la necesidad de expesar sentimientos desquiciados que lograran el alboroto necesario para desarmar la dominación racista que persistía en Norteamérica por esos días.

The Velvet Underground y el minimalismo estadounidense: En Estados Unidos, la cuna de la industrialización mercantil y del poder de dominación a través del espectáculo efectista, surge una contracara: el minimalismo, que tuvo su derivado más popular en su fusión con el rock & roll en los icónicos The Velvet Underground. La Monte Young, Terry Riley, John Cale, Steve Reich, entre otros menos conocidos, crearon música radicalmente opuesta a la magnificencia del show de entretenimiento, apelando a una sencillez extrema, a la meditación, la humildad y la nula necesidad de alimentar el ego. La música retomaba su sentido ritual ancestral; Occidente se rebelaba contra sí mismo mirando la sencillez oriental y redescubriéndola en un lenguaje semi-formal, o en el caso de Velvet Underground, ritualizando el rock & roll.

Amon Düül II
Krautrock: La post-guerra generó una tensión cultural, una necesidad de compensar el totalitarismo, el idealismo asesino del fascismo europeo. Así, como contra-reacción, surge el mal denominado krautrock, que básicamente es una oleada ecléctica de bandas y solistas que traían un sonido no sólo innovador, sino también libre, caótico, anarquista y profundamente psicodélico, generando un nuevo lenguaje sonoro en que la espontaneidad se abrazaba con la expresión descomprometida; un lenguaje en que, al igual que en el free jazz, la música expresaba una liberación, una necesidad de caos y nihilismo. Si bien hay excepciones como Popol Vuh, en general la música no comercial europea, y principalmente alemana de comienzos de los setenta, siempre buscaba momentos de deformación sónica, una deformación sistemática que "curaba" a Europa del formalismo idealista que impuso el fascismo años antes. 

Rock in Opposition: Divergencia progresiva que toma lo más crítico del sonido de King Crimson y lo fusiona con la disonancia de lo docto y del jazz, logrando un sonido propio que en lo lírico generalmente posee una fuerte carga politica, o en otros casos, delirios marginales, que redimensionan la existencia del oyente. Lo interesante aquí es que la maestría técnica se puso al servicio de un caos deforme, de densidad exigente y ruda.

La música industrial: A estas alturas, el caos y el ruido sonoro ya estaban adoleciendo de una necesidad de reformulación. Así es como surge la música industrial, la cual toma la ranciedad lírica de The Velvet Underground y la fusiona con el extremismo sónico de las periferias europeas (los primeros Kraftwerk o Kluster), dando a luz a un nuevo lenguaje que se alimentaba de la libertad de abrirse a lo tosco, que originaba otra corriente relativamente rupturista, tildada como punk. Aquí hago eco de un comentario que hizo Cosey Fanni Tutti en aquellos años: «TG no es punk, pues el punk tiene una forma determinada, y la música industrial no». Tristemente, ese espiritu inencasillable de la música industrial se "uniformó" tanto como el punk.

Swans
A comienzos y mediados de los ochenta se asoma un nicho creativo amorfo que personalmente me parece muy interesante, a la vez que muy subvalorado, tal vez justamente por su deformidad. Surgen aquí dos post: el post-punk y el post-industrial, que de alguna manera constituyen una post-vanguardia.

¿Por qué me parecen particularmente interesantes ambas "corrientes"? Porque, en cierta forma, el prefijo "post" implica un "de donde viene", pero sin un "a donde va", y en cuanto se utiliza como prefijo de dos corrientes transgresoras per se (el punk y el industrial), lo "post" es la transgresión de la transgresión, quedando todo en un limbo semántico que dejó mudos a los periodistas y musicólogos, quienes tuvieron que echar mano al recurso vacío del "post". Por esta misma razón, en lugar de hacer un resumen del "estilo", seleccioné algunas bandas que en particular reflejan el espíritu iconoclasta de estos no-movimientos (me tomaré aquí la libertad de incluir al llamado no wave).

Post-punk:
Joy Division: Sin duda que esta banda carecía de precedente y se alimentaba de una urgencia expresiva más que de un anhelo de simple innovación. La angustia y la rudeza existencial emanaba de las bibliotecas y las aulas intelectuales para ensuciarse en las cunetas de una Inglaterra decadente y depresiva, donde la ausencia de un futuro intensificaba el presente y la juventud fulguraba, al punto de hacerse insostenible. Joy Division estaba entre el salvajismo punk y la reflexión existencialista; una dualidad contradictoria y atormentada.

Chrome: Aquí el surrealismo delirante se sumerge en los subsuelos de una sociedad podrida y se alimenta de alucinaciones psicodélicas, del collage, de la distorsión, del ritmo frenético y de la capacidad de sucumbir con dignidad a la monstruosidad de una ciudad hambrienta de libertad. Chrome hizo de la dominación tecno-mercantil una fiesta psicodélica. Se podría decir que son a la música lo que William S. Burroughs a la literatura.

Swans: Así como en Inglaterra se transgredían los límites estéticos del punk, en Nueva York surgió una reacción tal vez incluso más alocada, donde derechamente se tildaron la no-onda, la no-casilla. De esta escena, borrosa y caótica, en que las guitarras comenzaron a rugir como nunca, surgió Swans, una banda que encarna de forma particular este espíritu de rebeldía que incluso se rebela contra sí misma. Desde la brutalidad machacante de sus primeros discos (cabe mencionar que su miembro principal, Michael Gira, venía de la cárcel), y haciéndose fama a base de conciertos-tortura por sus niveles de volumen y agresividad, reaccionan a su extremismo derivando en todo lo contrario: el sonido acústico semi-reflexivo. En la actualidad, Swans ha vuelto, dedicándose a pulir las aristas de toda su carrera, lo que también les ha significado un claro éxito comercial.

Glenn Branca: Crucial músico que logra lo imposible: fusionar la formalidad docta con el salvajismo punk. También surgido de la escena no wave (Theoretical Girls) y mentor de bandas clave como Sonic Youth, este músico es el culmen del anti-compositor (John Zorn, con otro carácter, también podría serlo). Aquí la formalidad está incómoda consigo misma, y en un cruce tormentoso de influencias, genera este híbrido inaudito, donde el ya mencionado minimalismo se entrecruza con el ruido y las disonancias, pero sobre todo con el pulso del post-punk, logrando lo que, creo, es la más creíble fusión entre lo clásico y el rock.
Post industrial:
Nurse With Wound: Steven Stapleton dijo en algún momento: «Estoy satisfecho con mi trabajo musical, simplemente porque logré un lenguaje propio». Pues bien, más que post-esto o post-lo otro, NWW es el surrealismo sonoro llevado a su expresión más delirante e inclasificable. Aquí no sólo la "tradición" disonante o ruidosa es reformulada, sino que además "mezclada", de manera libre y provocadora, con elementos pop, como un real delirio, sin motivaciones intelectuales, sino simplemente con un espíritu retorcido; un corazón anarquista e iconoclasta que no se rige por nada. NWW es la primera banda que puede mezclar el easy listening con el un-easy listening con una maestría tal que finalmente de lo que se trata es del simple devenir de una pulsión que no le da explicaciones a nadie.

The Legendary Pink Dots: A mediados de los ochenta, Edward Ka-Spel contestaba a la pregunta de si se sentía parte de alguna escena señalando simplemente que las bandas amigas de LPD –Current 93, Coil, NWW– no tenían nada en común, excepto que todas ellas lograban sonidos propios, unidos en la extrañeza, pero distinguibles entre sí. Pues bien, si hay una banda imposible de encasillar, esa es The Legendary Pink Dots, más aún si se considera que es una de las agrupaciones más prolíficas de las que tenga conocimiento. Este inagotable trabajo creativo es comandado por una especie de concepto base, que es lo único a mano para lograr figurar algo a partir de la avalancha sonora que la discografia de los anglo-holandeses constituye: «El concepto de caleidoscopio terminal pone a todo el universo en el caso de un hombre ahogándose, quien en unos segundos ve todas las emociones y colores experimentados a lo largo de su vida... canta mientras puedas» («Sing while you may» es la consignia que se lee en la mayoría de las publicaciones de la banda).
También por esos años tenemos otra interesante transgresión. Esta vez, no es sólo la total anulación de los tonos y armonias, sino que además se posiciona esto al servicio de la estimulación de un desquiciamiento brutal: power electronics y harsh noise:

Whitehouse: Con cuna en lo industrial y en las vanguardias que lo precedían, Whitehouse lleva el ruido y el caos a un nivel de crudeza y agresividad inauditos, logrando así un paralelo sonoro al Marqués de Sade, autodenominado power electronics. No sólo hablamos del sonido como un ritual que invoca el dolor y la agresividad, sino también como un vehiculo de expresión amoral, donde la imaginería se introduce en lo más intolerable y enfermo. De algún modo, Whitehouse expresa lo inexpresable y sumerge a su público en un submundo de emociones prohibidas, que en el contexto de un concierto o de la escucha de un disco, se pueden sentir sin consecuencias criminales.

Merzbow: Merzbow prescinde (relativamente) del extremismo lírico de Whitehouse, pero ahonda en la tortura sónica, en la catarsis distorsionada, trasladando lo descubierto por Whitehouse a un nivel aun más difícil, aun más indigerible, aun más exigente, pero que lleva décadas alimentando a miles y miles de retorcidos que disfrutan de lo desagradable y se relajan en el desquiciamiento brutal.

Drone: Si bien deriva del minimalismo norteamericano ya mencionado, el drone posee un carácter propio que contesta de modo similar al exceso efectista de la espectacularización musical. Revitalizando la sencillez, el drone se diferencia del minimalismo en la medida en que está más emparentado con el rock. En cierta forma, es el paso intermedio entre La Monte Young y The Velvet Underground. La banda gestora de este sonido surgió igualmente a mediados de los ochenta: Maeror Tri, que derivó en Troum. En los noventas surge el drone metal con Earth, ganando mucha popularidad por estos días.

En la actualidad, aún hay bandas y sellos que generan cosas totalmente fuera de encasillamientos, por lo que sugiero investigar los eclécticos catálogos de:
Sé que dejé muchos "estilos", y millones de bandas o solistas fuera, pero sin duda lo que busco no es elaborar un compendio acabado, sino una formulación discutible del devenir rupturista, de músicos inquietos que revolucionan las revoluciones. –Anónimo

Electric Wizard | 2014 | Time to Die

Psychedelic | Stoner | Doom Metal
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Enlace | mp3 | 320 Kbps

Jus Oborn (voz, guitarra y bajo), Liz Buckingham (guitarra) y Mark Greening (batería y órgano)
Time to Die significó para Electric Wizard no sólo el (efímero) regreso de Mark Greening a la alineación de la banda, sino también el retorno a su sonido más pesado. En este sentido, recordemos que Witchcult Today y Black Masses habían reflejado una deriva sónica en que el stoner/doom psicodélico de los ingleses, prácticamente una marca registrada de su propiedad, fue suavizado en pos de un sonido más añejo y retro. Time to Die presenta, entonces, la irrupción de una renovada misantropía teñida por densidades psicodélicas e hipnóticas muy en línea con el camino que la banda de Dorset había venido trazando hasta We Live, de 2004.
Sin embargo, a diferencia de sus trabajos previos en esa veta, Time to Die es un álbum menos digerible y que requiere varias escuchas para revelar su valor, lo cual tiene que ver, sin duda, con su cariz eminentemente depresivo. En efecto, si en discos como Dopethrone la misantropía narcótica de Electric Wizard se traducía en un fervor destructivo (ver, por ejemplo, las letras de "Funeralopolis" o "We Hate You"), aquí se manifiesta en impulsos autodestructivos ("I wanna get high before I die, I wanna die...." canta Jus Oborn en "Incense for the Dead", o "I am nothing, I mean nothing" en "I am Nothing") que le exigen al oyente un cierto estado de ánimo para disfrutar verdaderamente el álbum.
Hecha esa salvedad, se trata de una placa poderosa cuyo sonido y trabajo compositivo dan cuenta de un necesario proceso de renovación de la energía de la banda, toda vez que sus últimos esfuerzos de estudio –en particular, el EP Legalise Drugs & Murder, de 2012– reflejaban un agotamiento crítico de la fórmula de los ingleses. Y posiblemente buena parte de esa nueva energía surgió del caos: la partida de Glenn Charman y Simon Poole y el turbulento retorno de Mark Greening. Las fuerzas corrosivas del conflicto en el seno de la banda –Greening se marcharía tras el lanzamiento de Time to Die– de seguro nutrieron el desgarrado proceso creativo detrás de este álbum y lo dotaron de una genialidad que hace más de un lustro no asomaba en Electric Wizard. Y ahora, a ver qué depara el futuro de "la banda más pesada del universo". -IMF